Chenrezig 1000 brazos



Si no cumplo mi misión,
que este cuerpo mío estalle en mil pedazos.

Chenrezig

Biografía






Chenrezig, Avalokiteshvara, Guan Yin, Kannon… Es de esperar que el Buda de la Compasión sea conocido con distintos nombres de acuerdo con las diversas tradiciones budistas. No sólo por las lógicas diferencias en sus idiomas vehiculares según de qué país se trate, sino porque nos referimos a una presencia que trasciende fronteras, ideologías y perspectivas.

Puesto que forma parte del Mahayana, el budismo tibetano hace hincapié en dos factores fundamentales en nuestro desarrollo espiritual: Método y sabiduría. Cuando hablamos del método nos estamos refiriendo a la compasión; o más bien, a la bodichita, el genuino deseo de corazón de lograr el completo Despertar para así poder beneficiar a todos los seres, ayudándoles a deshacerse de los incontables e insoportables sufrimientos del samsara. Y cuando hablamos de la sabiduría, no se trata de grandes tomos polvorientos que se amontonan en las estanterías de nuestro cerebro, sino del hecho en sí de saber. Y sólo es posible saber una cosa: La verdad. Hablamos de sabiduría aludiendo a la visión profunda de percibir cómo existen las cosas de forma última, su vacuidad intrínseca, más allá de etiquetas, opiniones o apariencias. De acuerdo con los preciosos maestros, la presencia conjunta de compasión y sabiduría es tan imprescindible para alcanzar la budeidad como lo es el batir de ambas alas para que un pájaro pueda volar.

Sabiendo esto, es fácil comprender por qué Chenrezig es una figura central para tantos millones de practicantes mahayana a lo largo y ancho del planeta. A fin de cuentas, para un bodhisatva, ¿qué utilidad tendría la sabiduría por sí sola, si no es como pieza necesaria en la maquinaria de la bodichita? ¿De qué manera se podría explicar que siendo poseedor de esa sabiduría perfecta, la emplease en algo que no fuese el ejercicio de la compasión?


Así es como, bajo la luz de Buda Amitabha, Chenrezig, el Bodhisatva Mahasatva Arya Avalokiteshvara, hizo la promesa solemne de llenar de compasión infinita el corazón de cada uno de los seres sintientes: «Si no cumplo mi misión, entonces que este cuerpo mío estalle en mil pedazos», pensó. Pero observó tiempo después todos los reinos mundanos y, viendo que el samsara seguía ahí, se sintió invadido por una frustración insoportable. De su mente compasiva emanó la acción compasiva de dejar caer una lágrima, que se manifestó en la presencia de Tara, la Noble y Veloz Heroína. Tal fue la impotencia del bodhisatva que abandonó su compromiso. Tan pronto como decidió permanecer en su propio nirvana personal, su cuerpo estalló en mil pedazos.

Pero su causa misma, su semilla de origen, su padre, Amitabha, no podía consentir aquello. En su omnisciencia, reunió los fragmentos y recompuso a Chenrezig dotándolo de mil ojos para poder conocer todos los sufrimientos de los seres y mil brazos con los que extender su infinita compasión a cada rincón de la existencia. No en vano, en el idioma de la Tierra de las Nieves chen-re-zig quiere decir, literalmente, «que observa en todo momento».

Siendo que Chenrezig es la manifestación misma de la unión suprema de método y sabiduría, y sabiendo que los practicantes del vehículo Mahayana tenemos como misión lograr el completo Despertar tomando con firmeza en nuestras manos esas mismas riendas de la bodichita y la visión de la vacuidad, lo que hacemos al cultivar la compasión en nuestro día a día es exponer nuestra auténtica naturaleza interior ante un espejo en el que aparece la imagen de Chenrezig.

Porque todos somos el Buda de la Compasión. Cierto es que él, como bodhisatva realizado que es, elige manifestarse ante nosotros con el aspecto de Su Santidad el Dalai Lama, Su Santidad el Karmapa y demás, pero en nuestro interior no hay diferencia. Cuando observamos las miserias del samsara y sentimos una gran tristeza, nuestra mente confundida cree que estamos dejando caer una lágrima, cuando lo que estamos haciendo en realidad es invocar la presencia inmediata de Tara.



Somos Chenrezig cuando cruzamos nuestra mirada con la de un mendigo en la calle, y somos Tara cuando le regalamos una sonrisa amorosa.  Somos Chenrezig cuando dedicamos los méritos de nuestra práctica de Dharma, y somos Tara cuando, al levantarnos del cojín, decidimos que dos no pelean si uno no quiere.

Somos Chenrezig, el que observa sin descanso, cuando cada uno de los instantes de pensamiento que surgen y se desvanecen constantemente en nuestro continuo mental son entendidos y aprovechados como herramientas para beneficiar a los demás.

Somos Chenrezig, el infinito compasivo, cuando a cada respiración no es aire meramente etiquetado lo que fluye, sino Om Mani Peme Hung, Om Mani Peme Hung, Om Mani Peme Hung